viernes, 27 de marzo de 2009

Conscripto

Esto es más o menos lo que recuerdo.

Primero fue odioso, el día del sorteo en el centro de Tecámac, nunca me pasó por la mente que me tocara bola blanca, ni modo. Bola negra se salvaron, bola blanca a marchar, remisos ni sorteo alcanzan.

En enero comenzamos. Los primeros días odiando que llegara el sábado, levantarse temprano ir en autobús a la Base Aérea de Santa Lucía, soportar a los soldados, soportar el frío, soportar todo, fueron las primeras unas semanas de adaptación.

Luego todo fue regularizándose. Al agruparnos en compañías quedamos juntos algunos conocidos, un buen de Ojo de Agua en la Segunda Compañía del Primer Batallón de Fusileros de la Fuerza Aérea Mexicana, nombre pomposo, formación pomposa, órdenes pomposas, nada más.

De los que recuerdo: Carlos Rosas (el hermano de las Rosas, cuatro hermanas, algunas guapas, algunas de buen cuerpo, Cecilia fue con la que más conviví. Otra Historia). * Juan Gabriel amigo de Villatoro, se la pasaban peleando todo el tiempo, muchas veces eso les valió castigos y regaños, una vez por hablar en filas los pusieron a correr alrededor de la formación que a su vez iba corriendo.

Al correr cantábamos: “Ea ea ea, qué vieja tan fea y si no nos quiere para qué voltea. Ja ja já, que risa me da este pasito tan chiquitito, yo quiero otro más grandecito”. Luego de algunos meses, cuando ya habíamos tomado confianza y no nos amedrentaban tan fácilmente, llegamos a cantar nuestro propio tema: “Un elefante se columpiaba sobre las telas de una araña…cómo veía que resistía…”. Regaños, gritos y por supuesto tuvimos que dar tres vueltas más como castigo.

También andaba por allí Juan Carlos mi Tocayo, tranquilo, reservado, como que no tenía mucho qué hacer allí. Moreno, delgado y bajito, se acopló sin embargo al resto de los hidrojetes (término que yo acuñé como gentilicio de Ojo de Agua, aunque eso fue años más tarde). Una mañana un par de soldados rasos lo apartaron de los demás para catearlo, buscaban hierba y lo presionaban, sólo porque lo vieron estirando un papel plateado de una cajetilla de cigarros. Por supuesto no encontraron nada y tuvieron que dejarlo en paz porque ya también algunos de nosotros presionábamos para que lo soltaran.

Carlos Villegas, el hermano del “Apá”. Con él fue con quien más conviví, no sólo estábamos en la misma compañía sino que nos conocíamos de antes, en la secundaria estuvimos en el mismo grupo, en el “D”. Una vez en la secundaria, apenas en primer año y mientras mi hermano Jorge se preparaba para uno de sus muchos pleitos “a la salida”, Carlos me asesoró para que en caso de tener que meterme a la bronca, dispusiera de un arma eficaz. Encontró un pedazo de vidrio y según él lo acomodó entre mi muñeca y mi reloj, además mostró la “técnica” para golpear de lado y herir a mi hipotético contrincante. No recuerdo si mi hermano acabó peleándose o no, pero recuerdo que el arma improvisada no fue utilizada.

Con Carlos pagué uno de mis dos arrestos. La razón oficial fue la de “Higiene”. Rompimos las cucharas de plástico de toda la mesa cuando acabamos el desayuno, nuestro argumento: la próxima semana nos las vuelven a dar y ni siquiera las lavan. Empezamos él y yo y pronto convencimos a todos los de la mesa, 10 en total, cuando llegó el soldado a recoger los trastes y vio las cucharas, nos denunció antes su superior y éste ante el coronel. Enfrente de toda la compañía, el Coronel explicó que entendía nuestras razones pero que aún así era una indisciplina por lo que decretó el arresto y la compra de una bolsa entera de cucharas desechables para la semana siguiente.

El otro arresto fue por “Intento de fuga a las diez de la mañana”. Con Martín Manchola quien estaba en la cuarta compañía pero con quien siempre estábamos. Se nos hizo fácil pues, correr del campo donde hacíamos ejercicios a la carretera, paramos un taxi que nos llevaría a la entrada pero en el retén, los vigilantes nos pidieron que bajáramos del auto, ahí nos detuvieron. No creyeron nuestra versión de que habíamos ido a jugar un partido de futbol y que no pertenecíamos al Servicio Militar. Nos pusieron a hacer “planchas” (lagartijas) y luego nos mandaron de regreso con el resto del Batallón.

La detención fue hasta las 19:00 horas pero con “Rancho” incluido, es decir con comida a las 14:00 horas. Comida obligada además. Nos dieron unos platos de aluminio que de pura vista mostraban su uso cotidiano, su grasa cotidiana y su falta de higiene cotidiana. Al ver el asco que nos provocaban el mismo cocinero nos recomendó tallarlos primero con tierra para quitarles la grasa y después lavarlos con suficiente agua.

El arresto básicamente consistía en hacer diversas labores como cortar el pasto con machete o tender las camas de los soldados. En cualquier momento hacer “planchas” o “Saltos en escuadra” y soportar sobre todo en los primeros minutos, los regaños e insultos de los soldados. Conforme pasaba el tiempo cambiaban de actitud y luego ya nomás platicábamos.

En el caso del “Intento de fuga a las diez de la mañana”, el Coronel hasta nos dejó usar gorras para el sol y el trato fue más bien tranquilo, después de subirse a su carro ya para partir y de decirnos que hasta parecía que andábamos de “Fin de semana”, descubrimos unos billetes de 20 pesos en el suelo, se le habían caído a él mismo. Más tarde compraríamos con eso algunas papas y refrescos.

Ya acostumbrados al régimen militar y una vez que entendimos que los que más se ensañaban contra nosotros eran los soldados rasos porque a su vez todos los que tenían un grado, cabo, cabo primero, sargento, sargento primero, subteniente, teniente, capitán, capitán primero, coronel, teniente coronel y general; se ensañaban con ellos, y sabiendo que no nos podían hacer nada, todo fue más relajado.

Lo mismo al hacer los ejercicios de “esgrima a la balloneta”, al “Marchar” en las clases de “Balística” en las prácticas de tiro con fusiles de la guerra cristera, nos explicaron que en 1968 dejaron de usar el armamento vigente en el ejército para evitar que posibles “insurrectos” del movimiento estudiantil o de las guerrillas urbanas, fueran adiestrados.

Pero también en las horas ociosas, en los desayunos o en el tiempo destinado a “clases” de no se qué que con consentimiento del teniente en turno se convertían en rondas de chistes: “A ver los de Ojo de Agua de este lado, los que no son de Ojo de Agua de este otro. me van a contar un chiste ustedes y uno ustedes y al que no me haga reír…tablazo”. Un tablazo era literalmente una tabla que a la manera de bat usaba el teniente en el trasero de los conscriptos como correctivo.

Otro correctivo famoso era el aplicado también por el famoso “Teniente Satanás” de apellido Santillana y célebre por su dureza. El correctivo denominado “Jiricuazo” consistía en una cachetada con todas sus fuerzas en el cuello de la víctima, hablar, contar chistes en formación, reírse fuera de tiempo, hacer mal una vuelta al marchar, llegar tarde, eran algunos de los motivos para ganarse el “Jiricuazo”.

Me tocaron algunos, tampoco muchos, pero fue divertido porque cuando me aplicaban este castigo el Teniente tenía que subirse a una piedra para alcanzarme: “A ver tú, grandote, agáchate que no te alcanzo”.

Cada sábado Honores a la Bandera, claro. Himno Nacional completo y firmes completos. Hay de aquel que no se supiera el Himno, una vez me tocó pasar al frente justo detrás de uno que no se lo supo, al llegar al micrófono el Coronel preguntó: -“¿Te lo sabes? – Si. –Más te vale si no te arresto. No pasó nada, me lo supe y la libré.

Me tocó a mí porque era el cuarto en estatura de mi compañía, la Segunda Compañía del Primer Batallón de Fusileros de la Fuerza Aérea. la formación era de tres al frente por lo que yo quedaba justo detrás del más alto. El más alto se desmayó, cosa que era frecuente por las insolaciones y las crudas y la mezcla de ambas. Pasaron entonces al segundo más alto a su lugar y se cubrieron los lugares, yo no me moví. Pero el segundo más alto también se desmayó: “No lo ayudes hijo de la chingada, déjalo que se vaya de hocico” era la advertencia cada vez que esto sucedía. En fin ahora para corregir la fila se me ordenó pasar al frente y unos minutos más tardes se le pidió al Capitán de mi compañía que mandara a un conscripto a cantar el himno, fui el elegido.

Ya próximos a “graduarnos” ya adelantado el año pues, y cuando más en confianza nos sentíamos repudiábamos con facilidad a los soldados rasos, una mañana en formación, al ver que Carlos Rosas llevaba un “pin” con unas alas en la gorra, le ordenaron que lo entregara porque no podía llevar eso. Carlos Rosas, hijo de un teniente coronel del ejército se opuso por supuesto y todos los demás lo apoyamos. Ya no era la simple solidaridad mostrada cuando mi Tocayo fue cateado por los soldados, ahora se trataba no sólo de apoyarlo sino de paso insultar y denigrar a los soldados. Santillana Satanás calmó los ánimos y después nos explicó que a los rasos les deba mucha envidia y coraje que no nos podías hacer nada y que las “alas” sólo se las ganaban ello después de muchos años y promociones.

Rubén el “Toca” como le decíamos en la secundaria, también de mi salón o el “árabe” porque se acomodaba una camiseta a la manera de turbante. El “Pájaro loco”, divertido personaje a quien una vez le hicimos su nido con puro pasto y lo paseamos por la Base Aérea, Javier Sánchez Vergara quien una vez se peleó con Carlos Rosas por una de sus hermanas, creo que Lulú Rosas y en el pleito al verse claramente superado mordió una de las orejas de Carlos, hoy Javier es vecino de Crisantemas en la esquina de la casa de mi madre con el Boulevard. Villatoro, quien vivía en Alamedas y con quien conviví después algunos meses cuando frecuentábamos a las Rosas y a Ivonne González Galindo.

Piolín alias Luis Manchola, primo de Martín, él iba en la primera compañía pero se agregó y una tarde sólo él pudo cambiar una llanta ponchada del volcho, cuando ya dejamos el autobús de pasajeros y cada sábado nos íbamos en mi carro. Un vecino de Alamedas cuyo nombre nunca supe pero que aún hoy cuando nos cruzamos en la calle, intercambiamos un saludo militar. Seguramente más, seguramente otros. Tenoch quien iba en la secundaria con mi hermano Julián, a quien yo le intentaba prestar a veces el carro y nunca lo aceptaba, después supimos por qué. Sus hermanos fueron detenidos luego de una balacera en hacienda. Eran robacoches.

Al final no fue tan grave, incluso decimos que estuvo bien. Al final hicimos un intento de fiesta la llamada “Quema de Cartillas” sacamos copias a las cartillas liberadas y les prendimos fuego en una reunión en algún terreno que alguien tenía en algún lugar de San Pedro, enfrente de lo que todavía era el campo de base ball del casco. A la fiesta fue invitado Santillán-Satanás, quien convivió con nosotros vestido de civil. ya no imponía, ya todo fue anécdotas de su vida: “A uno me lo echó, pero ay de mi si me echo al brother de otro porque entonces si ya valí madre. Si a uno le plomean a su carnal eso si duele y ése si se desquita”.

Meses después seguimos conviviendo algunos, meses después pasó lo de los hermanos de Tenoch, meses después también nos enteramos que Santillán-Satanás fue dado de baja del ejército porque se enfrentó a balazos con otros soldados en alguna cantina de mala muerte sobre la carretera libre.

Eso es más o menos lo que recuerdo.

1 comentario:

  1. Cuando uno lee esto, hasta dan ganas de que no le hubiera tocado bola negra. Claro esto se dice a la distancia.
    Si me hubiera tocado algo similar a lo suyo no estaría del todo contento.

    Saludos

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