viernes, 27 de agosto de 2010

Como personajes secundarios de una mala novela.

Lo primero que pensé es que con esos tipos no tenía en común más que unos fragmentos de pasado compartidos, muy sueltos, poco significativos. Que sabía de ellos su nombre y en algunos casos ni siquiera completos. Algunos rasgos vagos de su carácter y poco más.

Lo primero que pensé es que no estaba muy seguro de querer verlos, reencontrarlos. Que sería una de esas reuniones clásicas del “te acuerdas de…”, “te acuerdas cuando…” o el inevitable “…y a quién has visto?”.

Luego de aquella primera conversación telefónica quedé pasmado, sorprendido si, pero sobre todo desconcertado. De pronto y sin previo aviso, parte de mi pasado se apareció 20, 25 años después. Traté de recordar cosas, de recuperar las razones por las que estas personas habían sido mis amigos, de entender por qué lo abrupto de la aparición y de comprender el interés de vernos.

No tenía nada qué hacer y me puse a buscar a mis amigos por internet” fue la razón que me dio ella por teléfono cuando me habló. En poco más de diez minutos me resumió su vida, me dijo que buscaría a los otros y que tratáramos de encontrarnos pronto.

Ya por la tarde aparecieron otros dos, Arturo marcándome al celular: “Me habló Olimpia y me dijo… y qué gusto… y a ver cuándo nos vemos y…”.

En cuestión de minutos el Chapete, un mensaje en el celular: “Pozole?" Le contesté de la misma prolija manera: “Salú?”, el siguió vía mensaje: “Chapete. ¿Cómo estás?”.

Cómo responder eso a alguien que hace veinte años que no ves. ¿Un “bien” era lo que esperaba?, Me tardé pero encontré algo qué decirle: “Casado, con canas y con hijos”.

Entonces me marcó y hablamos brevemente, el tono de voz, el desparpajo, los reconocí. La misma intención de los otros, la misma voluntad de vernos en breve, la otra semana dijo el Chapete y yo quedé sorprendido, no pensé que tan pronto, pero en fin… ya veremos.

Y vimos. Bueno vi.

También oí.

Pero antes de ver y oír, unos diez días después de aquella primera aparición, Arturo afinaba la cita en un restaurante en el centro de Coyoacán, propiedad de su cuñado, a las tres y media, un miércoles. Quedamos.

Debí esperar algunos minutos, fui el primero en llegar, pregunté por Arturo y cuando me sugirieron sentarme opté por hacerlo afuera para fumar y me puse a leer.

No tardó mucho el primero, justamente Arturo, quien debió ser advertido por el capitán de meseros de que lo esperaba yo para que me reconociera. Más tarde llegó el Chapete y después Olimpia.

Mientras ellos pedían sus bebidas, el Chapete marcó un teléfono y me comunicó, creí que era el Sapo uno más de aquel grupo, pero para mi sorpresa fue Mónica, Mi chelo Mónica quien también sobrepuesta de la aparición telefónica me platicó algunas cosas, ése quizás fue el momento más grato, con ella me identifiqué más porque sabía más de ella, convivimos todavía varios años luego de la preparatoria, estudiamos lo mismo aunque en diferentes escuelas y luego nos perdimos el rastro.

Luego de que llegara Olimpia, el Chapete insistió con el teléfono y ahora sí me pasó al Sapo quien se excusó y brevemente me habló de su trabajo. Ya me lo había advertido el Chapete, el Sapo era íntimo de Martí Batres, político de izquierda de cierta influencia y el Sapo, que así se llama José, y que estudió en la Facultad de Derecho, trabaja muy cerca de él, ahora en el Instituto Electoral del D.F. “…y ahora que se acercan las elecciones nos doblaron el turno”, dijo.

Para comer nos metimos porque amenazaba lluvia. Entre las sorpresas, las conversaciones, las miradas y los postres pasaron las horas.

Desde un inicio Arturo me platicó sus problemas conyugales, luego de más de veinte años de casado, su mujer -cuyo nombre por más que lo repitió no puedo recordar-, de buenas a primeras decidió dejarlo a él y a sus tres hijos. A lo largo de la conversación Olimpia también dejó entrever sus dificultades domésticas, también luego de más de veinte años de relación. Para no quedarse atrás pero sólo como acompañamiento, el Chapete compartió que alguna vez se separó de su mujer pero mantiene su relación, si; de más de veinte años.

Yo no compartí separaciones pero me agregué al equipo de las relaciones de más de veinte años. “¿Te casaste con tu novia de siempre?” Preguntó el Chapete.

Lo cierto es que la charla la llevaron sobre todo Olimpia, Arturo y sus separaciones o conflictos maritales. Chapete y yo acompañamos, compartimos alguna opinión y asentimos en su oportunidad.

Fue por esto que esbocé una hipótesis. La premura e interés de Arturo y Olimpia por vernos se debía no sólo a la posibilidad de reencontrarnos después de tantos años sino a su necesidad de evadirse, distraerse de sus problemas. Mera hipótesis aunque no creo que sea para tanto, quien sabe, en el caso de Arturo si se veía más dañado y en el caso de Olimpia, ella era la que más hablaba.

Ya a estas alturas resultaba claro que no habría tantos “te acuerdas de…” o “a quién crees que ví” como yo me lo suponía y de hecho para ser francos, creo que yo fui el que más los propició cuando recordaba a Rochín, a Toño, al Güero que se mojaba la cara antes de cada clase de Física, a Luciano el maestro de Matemáticas que reprobó a todos menos al Güero, al maestro de Psicología que nos reprobó a Luis y a Mí en el último semestre. Todo esto sin mucho eco de los demás quienes regresaban a contar sus vidas y el Chapete sonreía, opinaba o me decía en corto. “Me tengo que comer un pollito contigo”.

Desde donde me tocó verlo, desde mi punto de vista pues, confirmaba en cada momento que nada o muy poco tenía en común con aquellas personas, algunos fragmentos del pasado y ya. Si acaso con el Chapete, con sus silencios, con sus sonrisas, con sus frases en desparpajo: “pos yo digo que es hasta sano separarse dos o tres veces, te hace bien, luego ya cuando me cansé de planchar mi propia ropa, tuve que regresar”.

Con él conviví algunos años más, con Mi chelo Mónica, Mi chelo Patricia, Mi chelo Susana y con el Sapo, fuimos al Ángel durante el mundial del 86, fuimos a varias fiestas, hicimos reuniones generalmente en casa de Mónica, en casa de Susana alguna e incluso alguna vez fueron a Ojo de Agua. Buscábamos a Patricia en la Facultad de Contaduría, desayunamos una vez en un mercado en la colonia Roma luego de alguna parranda, nos llamábamos, hubo más cercanía pues, pero las “chelos”, sólo ellas, no eran del grupo “original” del CCH, de aquel en el que nos conocimos los otros.

El Chapete con su teléfono contactó a Luis, Luis Villalobos Pineda. A él lo llegué a ver dos o tres veces en el metro C.U. cuando ambos salíamos de nuestras respectivas Facultades, él también se casó con la misma mujer que lo traía loco desde el CCH, Gloria; y digo la misma porque Arturo ya andaba con su actual mujer (o a estas alturas quizás exmujer) y Olimpia ya era rondada o rondaba a su actual marido, Eduardo.

Luis siguió viendo a Arturo, ambos estudiaron en Contaduría y se mantienen más o menos en contacto. Supe por uno que el otro andaba sin trabajo y justamente el día de la cita no pudo asistir porque cumplía sus primeras jornadas en una nueva chamba. Sin embargo al teléfono se disculpó con toda corrección, con un modo que me recordó al de los hombres de provincias de hace unas décadas por su tono y su léxico; todo propio, educado, mostrándose afable. Sonó sincero. “lamento en serio no poder acompañarlos pero espero que ésta no sea la única ocasión y podamos encontrarnos a la brevedad en otra oportunidad, me da mucho gusto saber de ti”. Luego de hablar con él nos acordamos de su infalible peine en la bolsa de atrás del pantalón.

Otro motivo para la reflexión, y es que me parece difícil que algo se pueda recuperar. No sólo pienso en lo poco en común que yo pueda tener con algunos, también me parece lejano que entre ellos pueda haber algo. Luis con Olimpia, por ejemplo, sus maneras de hablar, sus maneras de desenvolverse me parecen tan distantes, una con su modo casi adolescente no exento de “si, güey” e insistentes “no manches”, egresada del ITAM que se refiere a su vida en Australia y en Metepec, en una zona exclusiva, que era amiga de la esposa fallecida de Enrique Peña Nieto. Luis con problemas económicos pero empezando a salir de ellos, Luis con su corrección y caballerosidad que se adivina junto a su sonrisa, tras el teléfono.

A lo mejor se trata de lo contrario, no tiene que ser obligado tener algo en común.

También me sentí por momentos como en una sesión de jóvenes escritores que comparten sus primeros cuentos, tienen anécdotas, -el suicidio de una amiga deprimida, la propia historia de la separación conyugal, la vida en Australia-, aunque les faltó algo en mi opinión para capturar mi interés.

El Chapete y Olimpia descubren que conocen a las mimas personas, ella a un nivel ejecutivo y él un poco más abajo, pero hasta acostumbran los mismos sitios. Arturo y Olimpia hablan de los problemas que les representa la angustia de quedarse sin “la señora que nos ayuda en la casa”, Los tres muestran por turnos las fotos de sus hijos en sus respectivas “Blackberrys” . La mayor de Arturo 18 años, el menor 14 creo, la única de Chapete 21, la mayor de Olimpia 17, la menor 4. Yo me abstengo, me inhibe sacar mi Nokia o no quiero sumarme a esos rostros que esperan que uno diga “Está muy guapa” o “Salió al padre”, para cumplir la formalidad.

De pronto me veo escuchando una disertación sobre literatura, Olimpia explica que en la lectura ha encontrado un refugio y que se “clava” con los libros, que un día en la playa no pudo dejar al lado un texto y que alguna otra vez tuvo que comprar un ejemplar de un libro que ya tenía su hija pero que ésta no le quería prestar hasta que lo acabara. Todo bien pero soltó algunos títulos: “El niño con el pijama a rayas”. Opté por callarme. Su entusiasmo literario me dejó atónito, sobre todo su interés en contagiarnos (sin preguntar) su gusto por la lectura.

Arturo defendió como su mejor libro El Principito aunque dijo que ahora estaba leyendo muchos de autoayuda por lo de su separación y el Chapete, que así se llama Ismael, se inclinó por El Conde de Montecristo. Yo seguí callado y pensando que si alguna vez hablaba de libros sería con alguno de los varones, o mejor no.

Con Olimpia algo de Ojo de Agua que allá donde vivo tiene familia y un par de veces nos encontramos; con Arturo algo de porqué sus hijos están en la UNAM y no en escuela de paga “Fue la mejor etapa de mi vida y quise que lo vivieran”. Con el Chapete tibias respuestas a sus insistentes “¿Por qué te desapareciste cabrón?”.

Olimpia hablaba de su inminente renuncia por que le querían ampliar el horario de trabajo y no lo aceptó, Arturo insistía en su mujer y compartía una reflexión sobre la “depresión premenopáusica” que había escuchado en algún programa de radio, el Chapete contestaba llamadas de trabajo.

Yo contestaba si me preguntaban, poco lo hicieron. Yo opinaba sólo para que ellos continuaran sus diálogos, yo miraba, yo me salía a fumar, yo escuchaba, yo veía, yo estaba allí.

Olimpia preguntó ¿Dónde están? dando por sentado que todos llevaban carro, yo informé que viajaba en metro, el Chapete se despidió porque estaba “para el otro lado”, vinieron los esperados “No te pierdas”, “Estamos en contacto” “Vamos a vernos más seguido, no”. Arturo y yo acompañamos a Olimpia al estacionamiento, Arturo insistió en llevarme a algún metro, yo traté de zafarme pero fue en vano.

En su carro una sobremesa de lo que había sido esa tarde, pero había tráfico y pareció caer en cuenta de que había hablado mucho así que preguntó algunas cosas sobre mí. Respondí lo elemental centrándome en el programa de radio, le dije horarios y emisora y le platiqué cosas generales de mi trabajo. Hubo momentos de silencio provocados o porque ya no teníamos nada que decir o porque ya no teníamos intención de preguntar, por fin llegamos a Miguel Ángel de Quevedo y tuvo lugar la despedida habitual, “Que gusto”, “Ojalá se repita”, “nos hablamos”, “Buen camino”.

Tomé mi metro, mi camión, me puse a leer. A ratos pensaba en qué es lo que tenía en común con aquellas personas, poco, casi nada, fragmentos de un pasado que por lo visto esa tarde, tampoco fue tan determinante para ninguno. No al menos en común. Fuimos amigos, convivimos si, más por la inercia de la cotidianidad que por otra cosa, más porque uno busca a sus similares cuando está en la escuela y al parecer éstos habían sido mis “más” similares.

Fragmentos de un pasado a los que se sumará esta tarde de la cual ya pasaron dos semanas.

Quizás alguna otra llamada, algún nuevo intento por reunirnos. Quizás algún otro encuentro.

Será como fue ese miércoles, como conversar con alguien a quien te acaban de presentar pero ya sabías algo de ellos por oídas, por referencias. Y dirás “no me lo imaginaba así” o “Igual que como lo imaginaba”. Pero ajenos, extraños, más parte de un pasado inasible que de un posible presente.

Como personajes secundarios de una novela que además no es muy buena.

Ya veremos.

P.D. Diana mi cuñada me avisó que se planea una reunión de Reencuentro con los egresados de la cuarta, quinta y sexta generación de la secundaria.


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lunes, 9 de agosto de 2010

Más o menos así lo ví.

¿Y Alex Lora?

“Sabemos que está Alex Lora y queremos una negociación. Que nos permitan pasar a una cámara de T.V. y a una cámara de foto, una sola de cada una para que nos pasen la imagen a todos”.

Y es que nadie podía pasar, ni siquiera acercarse. La familia pidió privacidad y los reporteros nos quedamos afuera del salón, en los jardines de la Sociedad de Autores y Compositores de México, la SACM, donde velaron los restos de Roberto Cantoral.

A las nueve de la mañana se permitió el acceso de la prensa (sólo a los jardines, ya dijimos) poco a poco se congregaron cámaras, reporteros, micrófonos, grabadoras, tripiés y hasta escaleras de aluminio con las que los camarógrafos buscan lograr tomas libres de amontonamientos.

La información circulaba de boca en boca, los recién llegados recibían los pormenores de quienes habían arribado antes, “murió en Toluca anoche, lo trasladaron en la madrugada, tenía 75 años… lo van a llevar a Tamaulipas, están Manzanero, Felipe Gil, otro de la SACM que no sé cómo se llama, sus hijos, Itati? Sí sí está… Alex Lora también, yo ví su camioneta…”

Los carros llegaba hasta allí, donde los reporteros aguardaban, afinaban la vista, estiraban los cuellos para tratar de adivinar quiénes llegaban. Unos cuidan de los otros, si alguien se mueve bruscamente los demás reaccionan, si una cámara se adelanta, las demás la siguen… “¿quién es? ¿quién es?”.

José Alfredo Jiménez y su peluquín son abordados, dice algo sobre los “grandes compositores, los que hicieron época”, sonríe y entra al salón.

Ferrusquilla y su sombrero también son abordados, las preguntas se repiten: “¿qué significa ésta pérdida? ¿qué recuerda del señor Cantoral? ¿Cuál es su legado? Un hombre muy importante para el arte y la cultura ¿no?, ¿quién seguirá su labor? ¿Y como amigo señor?"Ferrusquilla con sombrero. “era muy bromista y cuando hice la canción La Ley del Monte, me dijo: ‘Pinche Ferrusquilla, cómo haces eso?”

Se dan algunos intentos por medio organizar las cosas. Los camarógrafos extienden una línea en el camino como comité de bienvenida, alguna reportera toma por cuenta propia la misión de ser la vocera y grita en cuanto reconoce a los que van llegando: “¡Luz María González, chicos!”, “¡El Gualas, chicos!”

Uno se da cuenta que no está en su fuente cuando esos nombres no le dicen nada, cuando las prisas y los empujones de los otros sólo los ve de lejos, cuando no le importa lo que digan y sólo mira sus piernas, sus vestidos, sus rostros, sus peinados, una vez que la maraña de brazos, reporteros y cámaras se disipa.

Los de seguridad ya están hartos, acostumbrados a otro ritmo, a otra manera de actuar, se han visto rebasados por la cantidad de autos y visitantes, por la cantidad y desorden de los reporteros que ya ocupan el sitio donde al principio llegaban los dolientes y ahora obstruyen la circulación de los carros. En los radios de los policías se puede escuchar “Hay un 2:13 en el jardín, ¿me copias?. Un fotógrafo que está donde no tiene autorización. Dile a la señorita que los de prensa no dejan que lleguen los carros” y otras indicaciones por el estilo.

Chicos, ya fui a hablar con el de Relaciones Públicas y va a ver qué se puede hacer con lo de Alex Lora, ...el maestro tenía 80 años, porque se ha publicado que tenía 75 y hasta 84, pero cumplió 80 en junio...” esto dice la mujer de prensa de la SACM que de buenas a primeras también se ha quedado fuera del salón y trata de dar información, lidia con los reporteros y lidia también con los policías. Insiste en que todos somos bienvenidos pero que no habrá acceso al Salón, “la familia así lo decidió” y termina pidiendo cambiar sus botas por unos “zapatos bajos”.

Los carros continúan llegando, a veces la expectación es efímera cuando la vocera grita “Son familiares” y el grueso de los ahí presentes se desanima, regresa a sus puestos o a retomar las pláticas que interrumpieron brevemente.

Otras veces no falta quien pregunta: “¿Quién es?” y la respuesta es automática “El hijo del papá”.

Del otro lado, de los que llegan; hay quienes al ver a los reporteros y a tantas cámaras no reprimen un gesto de expectación, esperando ser abordados y luego una leve mirada de frustración al darse cuenta que nadie les hace caso.

Mientras más reciente, elegante o aparatoso el carro, más movimiento se percibe entre la prensa, los otros, los que llegan en autos medianos o en taxis, apenas y merecen alguna mirada.

Uno confirma que no es su fuente cuando la llegada de Emanuel y de su hijo no le emocionan, cuando ve correr a todos, empujarse, estirarse para grabar el testimonio de los cantantes, uno confirma que no es su fuente cuando no puede reprimir un “¡Chale!” dirigido a todos y a nadie.

El abanico de cámaras en sus respectivos tripiés no dura mucho, apenas se acerca alguna celebridad se generaliza la petición. “¡Dejenlo llegar!, ¡no caminen!, ¡reporteros quietos!, ¡Acá, acá, que llegue hasta acá!”, que no tiene ningún efecto porque ya alguno se adelantó, otros le siguieron y todos se fueron encima, obligando a los camarógrafo a reacomodarse y echar mano de sus escaleras.

Todos con celular en mano, algunos pasan adelantos, dictan sus notas, ofrecen detalles de lo que viene después, se disculpan ante amigos o familiares de no poder acudir a algún compromiso porque les "tocó la guardia y salió esto".

“De cuatro a seis en Bellas Artes un homenaje, luego regresa acá, lo creman mañana. No, quita eso, tenía 80 años, seguimos esperando a Alex Lora”

Johnny Laboriel llega y antes de que la prensa pudiera reaccionar ya está saludando a un fotógrafo, “Hola estoy de luto” y muestra el color de su piel. María Victoria muestra su congoja pero se detiene el tiempo que los reporteros lo solicitan. Silvia Pinal desde su auto ofrece alguna declaración y luego de camino hacia el salón la masa se agrupa en torno a ella, pero es breve, atiende con resignación pero con parquedad.

Un fotógrafo se asoma por la puerta de salida de los autos, ha sido expulsado por “no respetar los espacios” ya no podrá entrar, pero no se quita el gusto de bromear: “Esto es un atropello contra los medios de comunicación”.

“Chicos es oficial: No vino Alex Lora”, uno de los últimos gritos de la vocera improvisada.

Más tarde en Bellas Artes me desengaño, tampoco acá hay prensa cultural, sólo el Canal 22 y el propio Conaculta. El resto es de espectáculos que esperan fuera del Palacio la llegada de la carroza, luego entran atropellándose y buscan el mejor lugar, la mayoría acaba subiendo al primer piso.

Mientras alguien nos da cátedra de la obra de Cantoral y tararea algunas de sus canciones o defiende al Príncipe de la canción sobre otros de sus intérpretes,, observamos que no hay bocinas ni micrófonos, habrá que ir a buscar las entrevistas.

Aplausos y la versión instrumental de El Reloj, de Yo lo comprendo, de El Triste entre otras; son el marco para las guardias de honor que se van sucediendo en torno al féretro. También en torno a éste desfilan unas 250, 300 personas del “público” lo que algunos describirán como “admiradores” y nosotros simplemente pensamos “curiosos y ociosos”. Muchos con niños pequeños, aún de brazos, que seguramente estarán muy conmovidos por la muerte del “Maestro”.

De pronto nos sorprende en esa fila el Maestro Sergio Cárdenas, Director de Orquesta; nadie le hace caso. Más tarde y también haciéndose pasar como “paisano” el compositor y cantante “Reyli”, entonces sí reaccionan los de espectáculos y le llaman y hasta le gritan para pedirle una declaración.

Sugerimos que en una de ésas el cuarteto que interpreta las melodías, se eche una de Manzanero a ver si alguien reacciona, sugerimos que a partir de ahora ya abran las puertas de Bellas Artes a todos los muertos y entonces los que de veras valen la pena los lleven a la Sala Nezahualcóyotl que todavía no pierde su prestigio.

Yo sugiero que para la otra si venga Alex Lora con Chela o sin ella.

Los del 22 me sugieren que los acompañe a la inauguración del Congreso Internacional de Mayistas en el Palacio de Minería y yo me sugiero lo mismo, al menos allí sí estará mi fuente.

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lunes, 18 de mayo de 2009

Frente a Rectoría

Seis meses después me cobraron dos “arbolitos”.
Muchos meses después construyeron una barda en forma de serpiente en ese camellón.

Fue justo enfrente de Rectoría y del Estadio Olímpico, en pleno camellón. El auto se detuvo con un árbol. Eran los últimos días del semestre, cursábamos el séptimo, ya sólo era cuestión de algunos trabajos finales. Ese día Julio Alonso me acompañó a la Facultad sólo porque lo invité, íbamos a jugar un tochito. El manejó de ida, en lo que yo acababa un guión para la clase de Marco Julio Linares, un guión sobre parapsicología.

Entregamos el trabajo, luego nos reunimos en el estacionamiento como siempre, se armó el partido, jugamos contra los “Bambanes”, un grupo de ésos que se clavan en el fisicoculturismo y aunque no la llevábamos mal con ellos, tampoco éramos grandes cuates.

En fin, jugamos el tochito que por cierto ganamos con un pase que recibí de Raúl y en el que libré la cobertura justamente del “Bam Bám”. Luego lo de siempre, las chelas y la conversación. Las mujeres que se habían reunido se fueron antes porque vieron que la íbamos a seguir, entre ellas Brenda, en ese entonces novia de Raúl. En la noche había fiesta por cierto.

Ya de salida subimos al carro, un super vocho blanco, el segundo carro que yo tenía, claro gracias a mi padre. Subimos, Raúl y Tacho atrás, Julio a mi lado y yo al volante, todavía Julio comentó. “Sácame de Ciudad Universitaria y si quieres yo me lo llevo”, yo acepté.

Salimos por el Centro Cultural Universitario, tomamos Insurgentes con rumbo al norte, tomé velocidad en ese tramo, luego las versiones se cruzan, la mía que es la que cuento; una pesera salió del carril de extrema derecha, se abrió y me obligó a hacer lo mismo, luego, perdí el control. El carro se fue de un lado a otro, no lo pude controlar, subimos al camellón y paramos en el árbol. A la altura de Rectoría y del Estadio olímpico.

Julio fui el primero en salir del auto, no recuerdo gritos o quejas, el mismo Julio me ayudó a abrir la puerta, luego me tuve que sentar en el suelo, los de atrás no podían salir, Julio les ayudó también, pasaron los minutos, llegaron ambulancias, llegaron patrullas, las primeras los llevaron a ellos, una de las segundas me llevó a mi.

Antes de subir a la patrulla alcancé a darle el reloj a alguien que estaba por allí, le di el teléfono de la oficina de mi padre y traté de confiar en él, bueno pensé: “De que se lo queden los policías a que se lo quede él pos mejor él”. Fue el mismo reloj que cuando hacía mi servicio militar creí que se lo quedarían los judiciales cuando visitamos a Tenoch.

Fui paseado en la patrulla, me resigné y fui conversando con los policías, tratando de saber cuál era el “orden del día” “¿Qué sigue ahora?” les preguntaba. No me trataron mal hasta eso. Esperaban dinero claro. Me llevaron a casa de mi abuelita allí en la Romero de Terreros, quedaba cerca. De allí otro paseo, más tarde a la Delegación, examen de alcohol revisión del médico y a esperar. No me detuvieron en la Delegación, me devolvieron a la patrulla, allí vi como llegaron familiares, mi hermano me consiguió cigarros, a mi, y a los patrulleros. Ellos me explicaron que sólo era cuestión que firmaran quienes viajaban conmigo, que no fueran a levantar cargos.

El problema era localizarlos, al único que vi fue al papá de Tacho que me dijo que estaba bien, el de Raúl también firmó sin problemas, a quien no localizaban fue a Julio, él fue el más golpeado, estaba hospitalizado en el Sanatorio Español.

Tacho se llevó golpes en las piernas, nada graves, a Raúl se le dislocó el Fémur, tampoco grave pero a Julio le rompí la nariz. Fue necesaria una reconstrucción y cirugías.

El caso es que salí ese mismo día, mis padres se enteraron tarde pero insistieron en llevarme a otra revisión médica, una costilla astillada, golpes en la cabeza y en las rodillas, me sacaron sangre de la frente con una jeringa, pastillas para el dolor, vendas, collarín y ya.

Los días siguientes fue visitar a Julio prácticamente a diario, luego de la cirugía se fue recuperando, hasta parecía contento porque su operación había sido pedida desde Brasil para estudiarla. Bueno así es él.

El carro quedó irrecuperable, lo llevaron en grúa a casa de mi abuelita, era la más cercana. Semanas más tarde fui con el Chof, amigo y mecánico de cabecera a rescatar lo que pudimos, asientos, salpicaduras de atrás y creo que ya.

Vinieron vacaciones, era estar con Julio todas las tardes, primero en el hospital y luego en su casa, se convirtió en centro de reunión, los amigos y las novias llegaban allí, si se festejaba algún cumpleaños, también allí, todo en su casa.

Cada tarde se recordaban los hechos, que si la pesera, que si no la pesera, que fui yo, que no fui yo, que si los envases de cerveza en el carro. mi padre nunca reclamó ni me regañó ni nada, se dio cuenta creo, que con el susto y lo que habíamos pasado fue suficiente, de hecho me dejó manejar a la brevedad yo creo que para que no me traumara.

Dos semanas después recibió la llamada de aquel al que le di el reloj, lo devolvió. Lo fui a recoger allá por Miramontes, ése reloj la libró de nuevo.

Seis meses después, cuando ya acababa la carrera me hablaron de un departamento extraño de la Universidad, Servicios Generales, Mantenimiento o Plantas y Arbolitos, qué se yo. Lo que querían era que pagara los dos árboles que me llevé en el coche.

La primera vez que pasé por esa parte de Insurgentes fue extraño, ahora siempre inevitablemente viene el recuerdo y miro las serpientes de piedra que colocaron en el camellón. Si hubieran estado antes, otros hubieran sido los daños sin duda y también otra la crónica.
Eso que cuento ahora, fue como hace 18 años.

jueves, 7 de mayo de 2009

La del Berlín



Antes de cualquier cosa debo decir que esta es una historia que a otro corresponde contar: Mariño González.

Si el lugar valía la pena, si la música era para recordarla u olvidarla, si los parroquianos tenían señas particulares, es lo de menos, Mariño y Teresa lo hicieron distinto, lo convirtieron en algo.

“Voy a escribir un cuento y se va a llamar `Teresa la del Berlín´” me dijo Mariño saliendo del lugar, calculo yo que a eso de las 5 de la mañana. Y es que esa noche empezamos tarde, jueves de regreso en Sevilla luego de recorrer en la semana Málaga, Jerez, Granada y Córdoba.

Quedamos como suele ocurrir en “hacer algo en la noche”, pasaron las horas después de la cena, hacia las dos de la mañana ya estaba resignado a dormirme cuando se escucharon fuertes gritos desde la calle, por la ventana pude ver un violento pleito entre tres hombres que a juzgar por su lenguaje o eran inmigrantes o estaban demasiado borrachos o las dos cosas porque nunca les entendí nada.

Era una pelea entre tres civiles, fuerte el pleito, luego llegó una patrulla, ni se acercaron los policías, llamaron refuerzos, sólo entre cuatro intentaron controlar al más violento de los involucrados, con muchos esfuerzos y excesos lograron someterlo, fue tal el abuso que no dude en tomar fotos desde la ventana, los flashazos no perturbaron a los de la calle pero si llamaron la atención de mis vecinos a tres habitaciones.

Tocaron a la puerta y apareció Mariño, “Ya sabía que eras tu güey, acá estoy con Liliana que no puede acabar su nota, ¿estás viendo los trancazos?”, luego ya fue fácil, me dijo que estaba vaciando su servibar y me invitó una cerveza, luego nos seguimos con el servibar de mi habitación mientras esperábamos a Liliana.

Vacíos los dos servicios, apuramos a Liliana que mandaba nota a El Informador de Guadalajara, entonces pasadas las dos de la mañana salimos y en taxi nos fuimos hacia el centro. La memoria falla o no valía la pena recordarlo, pero entramos a uno o dos bares de los que no registré nada y luego llegamos al Berlín.

Mariño pagaba una ronda, luego yo la otra, cerveza Cruzcampo, por turnos nos la pasamos y eventualmente a pesar de nosotros Liliana también colaboró. Un chilango y dos tapatíos que siete días antes no sabían el uno de los otros y viceversa, aún en los primeros días del viaje y como suele suceder, fue poco el acercamiento, lo de siempre, dos grupúsculos, chilangos y tapatíos que se tardan en convivir pero también lo de siempre, fueron las cervezas las que nos pusieron a Mariño y a mí en la misma sintonía y a los demás el tiempo y las jornadas de trabajo.

Desde el lunes que compartimos las primeras cervezas en Triana, Mariño y yo yanos entendimos, el joven escritor ya me había ofrecido su libro de relatos, ya también habíamos intercambiado opiniones sobre la belleza de las mujeres, yo me inclinaba por las de Córdoba, él por las de Granada, Teresa hizo lo que faltaba para que Sevilla ganara.

La música en el Berlín debió haber sido como la de cualquier bar en cualquier parte del mundo, si acaso sólo recuerdo un leve toque retro hacia los 90, para atrás no llegaba a los 80 pero para adelante tampoco se acercaba al 2006, en todo caso algo neutro que si bien no pretendía complacer a todos tampoco molestaba a nadie.

Poco a poco la conversación de tres se convirtió en diálogo, Liliana y yo seguimos platicando mientras la presencia de Mariño era cada vez más espaciada, sólo aparecía en su turno con las cervezas, en cambio cada vez se alejaba menos de la barra, no tardamos en ubicarlo más que interesado en la mujer del bar, claro Teresa, lo sabríamos después.

Pasaron las horas, no muchas. Nos sacaron del Berlín, salímos Liliana y yo, Mariño el de Público de Guadalajara no, lo esperamos…

Tuve que reingresar para convencerlo, él también trataba de convencer a alguien, ¿De qué?, Teresa lo escuchaba detrás de la barra. Al final salímos, Mariño proclamó su amor, “Voy a escribir un cuento y se va a llamar `Teresa la del Berlín¨.

Él mismo se encargó de confesar su amor al día siguiente a todo el que quisiera escucharlo, es decir al grupo de diez periodistas mexicanos en Sevilla, ese mismo viernes me entregó su libro y preparó otro para Teresa.

Viernes. Última noche en Sevilla, pretexto y oportunidad de parranda, ésta vez se sumaron más a la incursión nocturna, andaluces y mexicanos, primero una noche sevillana en un parque público, luego el Garlochí, luego el Berlín…

Andaluces y mexicanos, periodistas e invitados, todos con la expectativa de conocer a la “famosa Teresa del Berlín”, ¿Dónde está la famosa?.

Fue su día de descanso, allá ella, se quedó sin un libro, sin una dedicatoria y sin el amor eterno de Mariño.

Meses después ya en la Feria del Libro de Guadalajara, en La Barra de Tomas, Mariño me presentó a “la artista joven más hermosa de Guadalajara”, conversó con ella un par de horas, luego otro se llevó a la joven talento.

En la Mutualista para equiparar con el Berlín, Mariño me confesó su amor eterno por “la mujer del cabello de dos colores”, a lo mejor ella si tiene un libro.

viernes, 24 de abril de 2009

Por Plateros.

Habría que abrir más los ojos, los oídos, los sentidos. Tendríamos que ser más observadores y en ese sentido, menos prácticos; detenerse, mirar, pensar, pero sobre todo sorprenderse.

Habría que ser capaces de conmoverse, de reconocer y disfrutar detalles, de salir de esa inercia de pasar los días, de sólo pasarlos.

Tendríamos entonces que callar a veces y en cambio estar, una conversación, una mirada, un libro, el paisaje, la gente, los sonidos y los colores que ya se sabe, ignorados por cotidianos, por recurrentes.

Estar con la otra acepción, como en inglés o en francés Etre/ ser o estar, ser y estar, entonces ser, ser-con-otros, ser-con-lo-otro, ser aquí y ahora; y tener la capacidad, la voluntad, mejor la capacidad, de disfrutarlo.

Habría entonces que reconocer los regalos, las cosas simples por contundentes, las que nos vuelven a distraer y a sorprender y a conmover y que nos recuerdan ver y estar de otra manera.

Escrito y queda claro, sin mucho pensar, en un Vips porque todavía me dejan fumar.

Escribo en otro espacio, más tarde…

Un parque, colonia Alfonso XIII, por Plateros. Me siento en una pequeña glorieta que es dominada al centro por un enorme árbol podado, sus troncos cortados dejan ver el tamaño, la fuerza y presencia que en otro tiempo debieron ser impresionantes…algunas gotas de agua me alcanzan, a mi alrededor una mujer robusta y mayor riega las áreas verdes, en el árbol tres palomas se mantienen vigilantes.

Más allá algunos jóvenes preparatorianos aún con uniforme juegan futbol, ésta ha de ser la rutina del parque, algunas parejas en otras bancas, en otras glorietas; trabajadores que en algunas mesas evaden la certeza del estrecho horario de comida, madres con sus hijos en carreolas, en resbaladillas, ahora me distrae el aroma de la tierra mojada, el sonido que no había percibido, son las ramas altas de otros árboles, de los que aún no han sido podados y que como pavorreales ostentan su intenso verde, orgullosos…

Cierro este paréntesis, regreso al libro “Estambúl” de Orhan Pamuk. La intensa y apasionada defensa de su ciudad me ha provocado quizás: él defiende, sustenta y se enorgullece de la “amargura” de la antigua Constantinopla como una prueba de su identidad. Yo no, no encuentro amargura, me inclino siempre por la melancolía, la nostalgia, las “saudades” que dicen los portugueses, pero aunque quiera no las veo afuera, quizás sólo en mi.

Por ahí, algún día del verano del 2008.

jueves, 9 de abril de 2009

Montreal.

Montreal. Segunda visita, ésta vez sólo.






Lo mismo hubiera sido en México, en Guadalajara, Chihuahua, París o El Cairo, fue uno de esos simposiums en los que uno se encierra literalmente todo el día en el Hotel sede y apenas queda un poco de espacio en la noche para caminar y recorrer la ciudad.

Que bueno que la ciudad la recorrí antes, si no, no hubiera disfrutado nada. El Simposium fue interesante en cuanto que reunió miradas de todo el mundo y desde diversas posiciones en torno al Derecho de Autor. No estuvo mal, lo mismo el mexicano Hugo Seltzer provocando a los venezolanos al decir que Hugo Chávez planea la peor ley sobre la materia en el continente, que el de Google resistiendo los embates de los editores que acusan a la trasnacional de no respetar la propiedad de los derechos.

Lo mejor fue Jean Noel Jeannaney, Presidente de la Biblioteca Nacional de Francia, tuve entrevista con él antes de su ponencia. Sostuvo que más allá de los derechos de autor, la defensa es fundamentalmente por la diversidad cultural.

Quien se había ofrecido como traductora para la entrevista con Jeannaney no apareció, luego se disculpó e insistió en hacerme la traducción, oyó la entrevista, apuntó y luego la grabé, cambiamos direcciones electrónicas, dos besos y adiós. No me enamoré aunque no era de mal ver. Julianna Petrescu.







Un periodista panameño residente en Montreal insistió en hacerse mi amigo, claro que lo evité, al final me parece que era uno de los que en México conocemos como “Cazacockteles” porque preguntaba sobre la cena de clausura, si me habían invitado o si conocía la dirección, adiós.

Germain Coronado, editor peruano me dio una entrevista también, ¿de qué sirven las leyes en América Latina si no se cumplen?, Perú exporta piratería de libros a sus países vecinos, la corrupción de Fujimori agradecía a los piratas poner los libros al alcance de todos. Al final un regalo: Bryce Echenique “Un mundo para Julius”, aunque llevaba versiones piratas me obsequió un original. Este libro Marzo me lo había recomendado.

No es gran cosa pero me gustó Montreal, tal vez su arquitectura, tal vez su cosmopolitismo, tal vez su gente, nadie se mete con nadie, tal vez la sonrisa de celebración y de agradecimiento de aquel mendigo a quien le regalé un cigarro y al notar que era Marlboro, no cabía de gusto.





2007, algún día.

viernes, 27 de marzo de 2009

Conscripto

Esto es más o menos lo que recuerdo.

Primero fue odioso, el día del sorteo en el centro de Tecámac, nunca me pasó por la mente que me tocara bola blanca, ni modo. Bola negra se salvaron, bola blanca a marchar, remisos ni sorteo alcanzan.

En enero comenzamos. Los primeros días odiando que llegara el sábado, levantarse temprano ir en autobús a la Base Aérea de Santa Lucía, soportar a los soldados, soportar el frío, soportar todo, fueron las primeras unas semanas de adaptación.

Luego todo fue regularizándose. Al agruparnos en compañías quedamos juntos algunos conocidos, un buen de Ojo de Agua en la Segunda Compañía del Primer Batallón de Fusileros de la Fuerza Aérea Mexicana, nombre pomposo, formación pomposa, órdenes pomposas, nada más.

De los que recuerdo: Carlos Rosas (el hermano de las Rosas, cuatro hermanas, algunas guapas, algunas de buen cuerpo, Cecilia fue con la que más conviví. Otra Historia). * Juan Gabriel amigo de Villatoro, se la pasaban peleando todo el tiempo, muchas veces eso les valió castigos y regaños, una vez por hablar en filas los pusieron a correr alrededor de la formación que a su vez iba corriendo.

Al correr cantábamos: “Ea ea ea, qué vieja tan fea y si no nos quiere para qué voltea. Ja ja já, que risa me da este pasito tan chiquitito, yo quiero otro más grandecito”. Luego de algunos meses, cuando ya habíamos tomado confianza y no nos amedrentaban tan fácilmente, llegamos a cantar nuestro propio tema: “Un elefante se columpiaba sobre las telas de una araña…cómo veía que resistía…”. Regaños, gritos y por supuesto tuvimos que dar tres vueltas más como castigo.

También andaba por allí Juan Carlos mi Tocayo, tranquilo, reservado, como que no tenía mucho qué hacer allí. Moreno, delgado y bajito, se acopló sin embargo al resto de los hidrojetes (término que yo acuñé como gentilicio de Ojo de Agua, aunque eso fue años más tarde). Una mañana un par de soldados rasos lo apartaron de los demás para catearlo, buscaban hierba y lo presionaban, sólo porque lo vieron estirando un papel plateado de una cajetilla de cigarros. Por supuesto no encontraron nada y tuvieron que dejarlo en paz porque ya también algunos de nosotros presionábamos para que lo soltaran.

Carlos Villegas, el hermano del “Apá”. Con él fue con quien más conviví, no sólo estábamos en la misma compañía sino que nos conocíamos de antes, en la secundaria estuvimos en el mismo grupo, en el “D”. Una vez en la secundaria, apenas en primer año y mientras mi hermano Jorge se preparaba para uno de sus muchos pleitos “a la salida”, Carlos me asesoró para que en caso de tener que meterme a la bronca, dispusiera de un arma eficaz. Encontró un pedazo de vidrio y según él lo acomodó entre mi muñeca y mi reloj, además mostró la “técnica” para golpear de lado y herir a mi hipotético contrincante. No recuerdo si mi hermano acabó peleándose o no, pero recuerdo que el arma improvisada no fue utilizada.

Con Carlos pagué uno de mis dos arrestos. La razón oficial fue la de “Higiene”. Rompimos las cucharas de plástico de toda la mesa cuando acabamos el desayuno, nuestro argumento: la próxima semana nos las vuelven a dar y ni siquiera las lavan. Empezamos él y yo y pronto convencimos a todos los de la mesa, 10 en total, cuando llegó el soldado a recoger los trastes y vio las cucharas, nos denunció antes su superior y éste ante el coronel. Enfrente de toda la compañía, el Coronel explicó que entendía nuestras razones pero que aún así era una indisciplina por lo que decretó el arresto y la compra de una bolsa entera de cucharas desechables para la semana siguiente.

El otro arresto fue por “Intento de fuga a las diez de la mañana”. Con Martín Manchola quien estaba en la cuarta compañía pero con quien siempre estábamos. Se nos hizo fácil pues, correr del campo donde hacíamos ejercicios a la carretera, paramos un taxi que nos llevaría a la entrada pero en el retén, los vigilantes nos pidieron que bajáramos del auto, ahí nos detuvieron. No creyeron nuestra versión de que habíamos ido a jugar un partido de futbol y que no pertenecíamos al Servicio Militar. Nos pusieron a hacer “planchas” (lagartijas) y luego nos mandaron de regreso con el resto del Batallón.

La detención fue hasta las 19:00 horas pero con “Rancho” incluido, es decir con comida a las 14:00 horas. Comida obligada además. Nos dieron unos platos de aluminio que de pura vista mostraban su uso cotidiano, su grasa cotidiana y su falta de higiene cotidiana. Al ver el asco que nos provocaban el mismo cocinero nos recomendó tallarlos primero con tierra para quitarles la grasa y después lavarlos con suficiente agua.

El arresto básicamente consistía en hacer diversas labores como cortar el pasto con machete o tender las camas de los soldados. En cualquier momento hacer “planchas” o “Saltos en escuadra” y soportar sobre todo en los primeros minutos, los regaños e insultos de los soldados. Conforme pasaba el tiempo cambiaban de actitud y luego ya nomás platicábamos.

En el caso del “Intento de fuga a las diez de la mañana”, el Coronel hasta nos dejó usar gorras para el sol y el trato fue más bien tranquilo, después de subirse a su carro ya para partir y de decirnos que hasta parecía que andábamos de “Fin de semana”, descubrimos unos billetes de 20 pesos en el suelo, se le habían caído a él mismo. Más tarde compraríamos con eso algunas papas y refrescos.

Ya acostumbrados al régimen militar y una vez que entendimos que los que más se ensañaban contra nosotros eran los soldados rasos porque a su vez todos los que tenían un grado, cabo, cabo primero, sargento, sargento primero, subteniente, teniente, capitán, capitán primero, coronel, teniente coronel y general; se ensañaban con ellos, y sabiendo que no nos podían hacer nada, todo fue más relajado.

Lo mismo al hacer los ejercicios de “esgrima a la balloneta”, al “Marchar” en las clases de “Balística” en las prácticas de tiro con fusiles de la guerra cristera, nos explicaron que en 1968 dejaron de usar el armamento vigente en el ejército para evitar que posibles “insurrectos” del movimiento estudiantil o de las guerrillas urbanas, fueran adiestrados.

Pero también en las horas ociosas, en los desayunos o en el tiempo destinado a “clases” de no se qué que con consentimiento del teniente en turno se convertían en rondas de chistes: “A ver los de Ojo de Agua de este lado, los que no son de Ojo de Agua de este otro. me van a contar un chiste ustedes y uno ustedes y al que no me haga reír…tablazo”. Un tablazo era literalmente una tabla que a la manera de bat usaba el teniente en el trasero de los conscriptos como correctivo.

Otro correctivo famoso era el aplicado también por el famoso “Teniente Satanás” de apellido Santillana y célebre por su dureza. El correctivo denominado “Jiricuazo” consistía en una cachetada con todas sus fuerzas en el cuello de la víctima, hablar, contar chistes en formación, reírse fuera de tiempo, hacer mal una vuelta al marchar, llegar tarde, eran algunos de los motivos para ganarse el “Jiricuazo”.

Me tocaron algunos, tampoco muchos, pero fue divertido porque cuando me aplicaban este castigo el Teniente tenía que subirse a una piedra para alcanzarme: “A ver tú, grandote, agáchate que no te alcanzo”.

Cada sábado Honores a la Bandera, claro. Himno Nacional completo y firmes completos. Hay de aquel que no se supiera el Himno, una vez me tocó pasar al frente justo detrás de uno que no se lo supo, al llegar al micrófono el Coronel preguntó: -“¿Te lo sabes? – Si. –Más te vale si no te arresto. No pasó nada, me lo supe y la libré.

Me tocó a mí porque era el cuarto en estatura de mi compañía, la Segunda Compañía del Primer Batallón de Fusileros de la Fuerza Aérea. la formación era de tres al frente por lo que yo quedaba justo detrás del más alto. El más alto se desmayó, cosa que era frecuente por las insolaciones y las crudas y la mezcla de ambas. Pasaron entonces al segundo más alto a su lugar y se cubrieron los lugares, yo no me moví. Pero el segundo más alto también se desmayó: “No lo ayudes hijo de la chingada, déjalo que se vaya de hocico” era la advertencia cada vez que esto sucedía. En fin ahora para corregir la fila se me ordenó pasar al frente y unos minutos más tardes se le pidió al Capitán de mi compañía que mandara a un conscripto a cantar el himno, fui el elegido.

Ya próximos a “graduarnos” ya adelantado el año pues, y cuando más en confianza nos sentíamos repudiábamos con facilidad a los soldados rasos, una mañana en formación, al ver que Carlos Rosas llevaba un “pin” con unas alas en la gorra, le ordenaron que lo entregara porque no podía llevar eso. Carlos Rosas, hijo de un teniente coronel del ejército se opuso por supuesto y todos los demás lo apoyamos. Ya no era la simple solidaridad mostrada cuando mi Tocayo fue cateado por los soldados, ahora se trataba no sólo de apoyarlo sino de paso insultar y denigrar a los soldados. Santillana Satanás calmó los ánimos y después nos explicó que a los rasos les deba mucha envidia y coraje que no nos podías hacer nada y que las “alas” sólo se las ganaban ello después de muchos años y promociones.

Rubén el “Toca” como le decíamos en la secundaria, también de mi salón o el “árabe” porque se acomodaba una camiseta a la manera de turbante. El “Pájaro loco”, divertido personaje a quien una vez le hicimos su nido con puro pasto y lo paseamos por la Base Aérea, Javier Sánchez Vergara quien una vez se peleó con Carlos Rosas por una de sus hermanas, creo que Lulú Rosas y en el pleito al verse claramente superado mordió una de las orejas de Carlos, hoy Javier es vecino de Crisantemas en la esquina de la casa de mi madre con el Boulevard. Villatoro, quien vivía en Alamedas y con quien conviví después algunos meses cuando frecuentábamos a las Rosas y a Ivonne González Galindo.

Piolín alias Luis Manchola, primo de Martín, él iba en la primera compañía pero se agregó y una tarde sólo él pudo cambiar una llanta ponchada del volcho, cuando ya dejamos el autobús de pasajeros y cada sábado nos íbamos en mi carro. Un vecino de Alamedas cuyo nombre nunca supe pero que aún hoy cuando nos cruzamos en la calle, intercambiamos un saludo militar. Seguramente más, seguramente otros. Tenoch quien iba en la secundaria con mi hermano Julián, a quien yo le intentaba prestar a veces el carro y nunca lo aceptaba, después supimos por qué. Sus hermanos fueron detenidos luego de una balacera en hacienda. Eran robacoches.

Al final no fue tan grave, incluso decimos que estuvo bien. Al final hicimos un intento de fiesta la llamada “Quema de Cartillas” sacamos copias a las cartillas liberadas y les prendimos fuego en una reunión en algún terreno que alguien tenía en algún lugar de San Pedro, enfrente de lo que todavía era el campo de base ball del casco. A la fiesta fue invitado Santillán-Satanás, quien convivió con nosotros vestido de civil. ya no imponía, ya todo fue anécdotas de su vida: “A uno me lo echó, pero ay de mi si me echo al brother de otro porque entonces si ya valí madre. Si a uno le plomean a su carnal eso si duele y ése si se desquita”.

Meses después seguimos conviviendo algunos, meses después pasó lo de los hermanos de Tenoch, meses después también nos enteramos que Santillán-Satanás fue dado de baja del ejército porque se enfrentó a balazos con otros soldados en alguna cantina de mala muerte sobre la carretera libre.

Eso es más o menos lo que recuerdo.