viernes, 27 de agosto de 2010

Como personajes secundarios de una mala novela.

Lo primero que pensé es que con esos tipos no tenía en común más que unos fragmentos de pasado compartidos, muy sueltos, poco significativos. Que sabía de ellos su nombre y en algunos casos ni siquiera completos. Algunos rasgos vagos de su carácter y poco más.

Lo primero que pensé es que no estaba muy seguro de querer verlos, reencontrarlos. Que sería una de esas reuniones clásicas del “te acuerdas de…”, “te acuerdas cuando…” o el inevitable “…y a quién has visto?”.

Luego de aquella primera conversación telefónica quedé pasmado, sorprendido si, pero sobre todo desconcertado. De pronto y sin previo aviso, parte de mi pasado se apareció 20, 25 años después. Traté de recordar cosas, de recuperar las razones por las que estas personas habían sido mis amigos, de entender por qué lo abrupto de la aparición y de comprender el interés de vernos.

No tenía nada qué hacer y me puse a buscar a mis amigos por internet” fue la razón que me dio ella por teléfono cuando me habló. En poco más de diez minutos me resumió su vida, me dijo que buscaría a los otros y que tratáramos de encontrarnos pronto.

Ya por la tarde aparecieron otros dos, Arturo marcándome al celular: “Me habló Olimpia y me dijo… y qué gusto… y a ver cuándo nos vemos y…”.

En cuestión de minutos el Chapete, un mensaje en el celular: “Pozole?" Le contesté de la misma prolija manera: “Salú?”, el siguió vía mensaje: “Chapete. ¿Cómo estás?”.

Cómo responder eso a alguien que hace veinte años que no ves. ¿Un “bien” era lo que esperaba?, Me tardé pero encontré algo qué decirle: “Casado, con canas y con hijos”.

Entonces me marcó y hablamos brevemente, el tono de voz, el desparpajo, los reconocí. La misma intención de los otros, la misma voluntad de vernos en breve, la otra semana dijo el Chapete y yo quedé sorprendido, no pensé que tan pronto, pero en fin… ya veremos.

Y vimos. Bueno vi.

También oí.

Pero antes de ver y oír, unos diez días después de aquella primera aparición, Arturo afinaba la cita en un restaurante en el centro de Coyoacán, propiedad de su cuñado, a las tres y media, un miércoles. Quedamos.

Debí esperar algunos minutos, fui el primero en llegar, pregunté por Arturo y cuando me sugirieron sentarme opté por hacerlo afuera para fumar y me puse a leer.

No tardó mucho el primero, justamente Arturo, quien debió ser advertido por el capitán de meseros de que lo esperaba yo para que me reconociera. Más tarde llegó el Chapete y después Olimpia.

Mientras ellos pedían sus bebidas, el Chapete marcó un teléfono y me comunicó, creí que era el Sapo uno más de aquel grupo, pero para mi sorpresa fue Mónica, Mi chelo Mónica quien también sobrepuesta de la aparición telefónica me platicó algunas cosas, ése quizás fue el momento más grato, con ella me identifiqué más porque sabía más de ella, convivimos todavía varios años luego de la preparatoria, estudiamos lo mismo aunque en diferentes escuelas y luego nos perdimos el rastro.

Luego de que llegara Olimpia, el Chapete insistió con el teléfono y ahora sí me pasó al Sapo quien se excusó y brevemente me habló de su trabajo. Ya me lo había advertido el Chapete, el Sapo era íntimo de Martí Batres, político de izquierda de cierta influencia y el Sapo, que así se llama José, y que estudió en la Facultad de Derecho, trabaja muy cerca de él, ahora en el Instituto Electoral del D.F. “…y ahora que se acercan las elecciones nos doblaron el turno”, dijo.

Para comer nos metimos porque amenazaba lluvia. Entre las sorpresas, las conversaciones, las miradas y los postres pasaron las horas.

Desde un inicio Arturo me platicó sus problemas conyugales, luego de más de veinte años de casado, su mujer -cuyo nombre por más que lo repitió no puedo recordar-, de buenas a primeras decidió dejarlo a él y a sus tres hijos. A lo largo de la conversación Olimpia también dejó entrever sus dificultades domésticas, también luego de más de veinte años de relación. Para no quedarse atrás pero sólo como acompañamiento, el Chapete compartió que alguna vez se separó de su mujer pero mantiene su relación, si; de más de veinte años.

Yo no compartí separaciones pero me agregué al equipo de las relaciones de más de veinte años. “¿Te casaste con tu novia de siempre?” Preguntó el Chapete.

Lo cierto es que la charla la llevaron sobre todo Olimpia, Arturo y sus separaciones o conflictos maritales. Chapete y yo acompañamos, compartimos alguna opinión y asentimos en su oportunidad.

Fue por esto que esbocé una hipótesis. La premura e interés de Arturo y Olimpia por vernos se debía no sólo a la posibilidad de reencontrarnos después de tantos años sino a su necesidad de evadirse, distraerse de sus problemas. Mera hipótesis aunque no creo que sea para tanto, quien sabe, en el caso de Arturo si se veía más dañado y en el caso de Olimpia, ella era la que más hablaba.

Ya a estas alturas resultaba claro que no habría tantos “te acuerdas de…” o “a quién crees que ví” como yo me lo suponía y de hecho para ser francos, creo que yo fui el que más los propició cuando recordaba a Rochín, a Toño, al Güero que se mojaba la cara antes de cada clase de Física, a Luciano el maestro de Matemáticas que reprobó a todos menos al Güero, al maestro de Psicología que nos reprobó a Luis y a Mí en el último semestre. Todo esto sin mucho eco de los demás quienes regresaban a contar sus vidas y el Chapete sonreía, opinaba o me decía en corto. “Me tengo que comer un pollito contigo”.

Desde donde me tocó verlo, desde mi punto de vista pues, confirmaba en cada momento que nada o muy poco tenía en común con aquellas personas, algunos fragmentos del pasado y ya. Si acaso con el Chapete, con sus silencios, con sus sonrisas, con sus frases en desparpajo: “pos yo digo que es hasta sano separarse dos o tres veces, te hace bien, luego ya cuando me cansé de planchar mi propia ropa, tuve que regresar”.

Con él conviví algunos años más, con Mi chelo Mónica, Mi chelo Patricia, Mi chelo Susana y con el Sapo, fuimos al Ángel durante el mundial del 86, fuimos a varias fiestas, hicimos reuniones generalmente en casa de Mónica, en casa de Susana alguna e incluso alguna vez fueron a Ojo de Agua. Buscábamos a Patricia en la Facultad de Contaduría, desayunamos una vez en un mercado en la colonia Roma luego de alguna parranda, nos llamábamos, hubo más cercanía pues, pero las “chelos”, sólo ellas, no eran del grupo “original” del CCH, de aquel en el que nos conocimos los otros.

El Chapete con su teléfono contactó a Luis, Luis Villalobos Pineda. A él lo llegué a ver dos o tres veces en el metro C.U. cuando ambos salíamos de nuestras respectivas Facultades, él también se casó con la misma mujer que lo traía loco desde el CCH, Gloria; y digo la misma porque Arturo ya andaba con su actual mujer (o a estas alturas quizás exmujer) y Olimpia ya era rondada o rondaba a su actual marido, Eduardo.

Luis siguió viendo a Arturo, ambos estudiaron en Contaduría y se mantienen más o menos en contacto. Supe por uno que el otro andaba sin trabajo y justamente el día de la cita no pudo asistir porque cumplía sus primeras jornadas en una nueva chamba. Sin embargo al teléfono se disculpó con toda corrección, con un modo que me recordó al de los hombres de provincias de hace unas décadas por su tono y su léxico; todo propio, educado, mostrándose afable. Sonó sincero. “lamento en serio no poder acompañarlos pero espero que ésta no sea la única ocasión y podamos encontrarnos a la brevedad en otra oportunidad, me da mucho gusto saber de ti”. Luego de hablar con él nos acordamos de su infalible peine en la bolsa de atrás del pantalón.

Otro motivo para la reflexión, y es que me parece difícil que algo se pueda recuperar. No sólo pienso en lo poco en común que yo pueda tener con algunos, también me parece lejano que entre ellos pueda haber algo. Luis con Olimpia, por ejemplo, sus maneras de hablar, sus maneras de desenvolverse me parecen tan distantes, una con su modo casi adolescente no exento de “si, güey” e insistentes “no manches”, egresada del ITAM que se refiere a su vida en Australia y en Metepec, en una zona exclusiva, que era amiga de la esposa fallecida de Enrique Peña Nieto. Luis con problemas económicos pero empezando a salir de ellos, Luis con su corrección y caballerosidad que se adivina junto a su sonrisa, tras el teléfono.

A lo mejor se trata de lo contrario, no tiene que ser obligado tener algo en común.

También me sentí por momentos como en una sesión de jóvenes escritores que comparten sus primeros cuentos, tienen anécdotas, -el suicidio de una amiga deprimida, la propia historia de la separación conyugal, la vida en Australia-, aunque les faltó algo en mi opinión para capturar mi interés.

El Chapete y Olimpia descubren que conocen a las mimas personas, ella a un nivel ejecutivo y él un poco más abajo, pero hasta acostumbran los mismos sitios. Arturo y Olimpia hablan de los problemas que les representa la angustia de quedarse sin “la señora que nos ayuda en la casa”, Los tres muestran por turnos las fotos de sus hijos en sus respectivas “Blackberrys” . La mayor de Arturo 18 años, el menor 14 creo, la única de Chapete 21, la mayor de Olimpia 17, la menor 4. Yo me abstengo, me inhibe sacar mi Nokia o no quiero sumarme a esos rostros que esperan que uno diga “Está muy guapa” o “Salió al padre”, para cumplir la formalidad.

De pronto me veo escuchando una disertación sobre literatura, Olimpia explica que en la lectura ha encontrado un refugio y que se “clava” con los libros, que un día en la playa no pudo dejar al lado un texto y que alguna otra vez tuvo que comprar un ejemplar de un libro que ya tenía su hija pero que ésta no le quería prestar hasta que lo acabara. Todo bien pero soltó algunos títulos: “El niño con el pijama a rayas”. Opté por callarme. Su entusiasmo literario me dejó atónito, sobre todo su interés en contagiarnos (sin preguntar) su gusto por la lectura.

Arturo defendió como su mejor libro El Principito aunque dijo que ahora estaba leyendo muchos de autoayuda por lo de su separación y el Chapete, que así se llama Ismael, se inclinó por El Conde de Montecristo. Yo seguí callado y pensando que si alguna vez hablaba de libros sería con alguno de los varones, o mejor no.

Con Olimpia algo de Ojo de Agua que allá donde vivo tiene familia y un par de veces nos encontramos; con Arturo algo de porqué sus hijos están en la UNAM y no en escuela de paga “Fue la mejor etapa de mi vida y quise que lo vivieran”. Con el Chapete tibias respuestas a sus insistentes “¿Por qué te desapareciste cabrón?”.

Olimpia hablaba de su inminente renuncia por que le querían ampliar el horario de trabajo y no lo aceptó, Arturo insistía en su mujer y compartía una reflexión sobre la “depresión premenopáusica” que había escuchado en algún programa de radio, el Chapete contestaba llamadas de trabajo.

Yo contestaba si me preguntaban, poco lo hicieron. Yo opinaba sólo para que ellos continuaran sus diálogos, yo miraba, yo me salía a fumar, yo escuchaba, yo veía, yo estaba allí.

Olimpia preguntó ¿Dónde están? dando por sentado que todos llevaban carro, yo informé que viajaba en metro, el Chapete se despidió porque estaba “para el otro lado”, vinieron los esperados “No te pierdas”, “Estamos en contacto” “Vamos a vernos más seguido, no”. Arturo y yo acompañamos a Olimpia al estacionamiento, Arturo insistió en llevarme a algún metro, yo traté de zafarme pero fue en vano.

En su carro una sobremesa de lo que había sido esa tarde, pero había tráfico y pareció caer en cuenta de que había hablado mucho así que preguntó algunas cosas sobre mí. Respondí lo elemental centrándome en el programa de radio, le dije horarios y emisora y le platiqué cosas generales de mi trabajo. Hubo momentos de silencio provocados o porque ya no teníamos nada que decir o porque ya no teníamos intención de preguntar, por fin llegamos a Miguel Ángel de Quevedo y tuvo lugar la despedida habitual, “Que gusto”, “Ojalá se repita”, “nos hablamos”, “Buen camino”.

Tomé mi metro, mi camión, me puse a leer. A ratos pensaba en qué es lo que tenía en común con aquellas personas, poco, casi nada, fragmentos de un pasado que por lo visto esa tarde, tampoco fue tan determinante para ninguno. No al menos en común. Fuimos amigos, convivimos si, más por la inercia de la cotidianidad que por otra cosa, más porque uno busca a sus similares cuando está en la escuela y al parecer éstos habían sido mis “más” similares.

Fragmentos de un pasado a los que se sumará esta tarde de la cual ya pasaron dos semanas.

Quizás alguna otra llamada, algún nuevo intento por reunirnos. Quizás algún otro encuentro.

Será como fue ese miércoles, como conversar con alguien a quien te acaban de presentar pero ya sabías algo de ellos por oídas, por referencias. Y dirás “no me lo imaginaba así” o “Igual que como lo imaginaba”. Pero ajenos, extraños, más parte de un pasado inasible que de un posible presente.

Como personajes secundarios de una novela que además no es muy buena.

Ya veremos.

P.D. Diana mi cuñada me avisó que se planea una reunión de Reencuentro con los egresados de la cuarta, quinta y sexta generación de la secundaria.


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