viernes, 24 de abril de 2009

Por Plateros.

Habría que abrir más los ojos, los oídos, los sentidos. Tendríamos que ser más observadores y en ese sentido, menos prácticos; detenerse, mirar, pensar, pero sobre todo sorprenderse.

Habría que ser capaces de conmoverse, de reconocer y disfrutar detalles, de salir de esa inercia de pasar los días, de sólo pasarlos.

Tendríamos entonces que callar a veces y en cambio estar, una conversación, una mirada, un libro, el paisaje, la gente, los sonidos y los colores que ya se sabe, ignorados por cotidianos, por recurrentes.

Estar con la otra acepción, como en inglés o en francés Etre/ ser o estar, ser y estar, entonces ser, ser-con-otros, ser-con-lo-otro, ser aquí y ahora; y tener la capacidad, la voluntad, mejor la capacidad, de disfrutarlo.

Habría entonces que reconocer los regalos, las cosas simples por contundentes, las que nos vuelven a distraer y a sorprender y a conmover y que nos recuerdan ver y estar de otra manera.

Escrito y queda claro, sin mucho pensar, en un Vips porque todavía me dejan fumar.

Escribo en otro espacio, más tarde…

Un parque, colonia Alfonso XIII, por Plateros. Me siento en una pequeña glorieta que es dominada al centro por un enorme árbol podado, sus troncos cortados dejan ver el tamaño, la fuerza y presencia que en otro tiempo debieron ser impresionantes…algunas gotas de agua me alcanzan, a mi alrededor una mujer robusta y mayor riega las áreas verdes, en el árbol tres palomas se mantienen vigilantes.

Más allá algunos jóvenes preparatorianos aún con uniforme juegan futbol, ésta ha de ser la rutina del parque, algunas parejas en otras bancas, en otras glorietas; trabajadores que en algunas mesas evaden la certeza del estrecho horario de comida, madres con sus hijos en carreolas, en resbaladillas, ahora me distrae el aroma de la tierra mojada, el sonido que no había percibido, son las ramas altas de otros árboles, de los que aún no han sido podados y que como pavorreales ostentan su intenso verde, orgullosos…

Cierro este paréntesis, regreso al libro “Estambúl” de Orhan Pamuk. La intensa y apasionada defensa de su ciudad me ha provocado quizás: él defiende, sustenta y se enorgullece de la “amargura” de la antigua Constantinopla como una prueba de su identidad. Yo no, no encuentro amargura, me inclino siempre por la melancolía, la nostalgia, las “saudades” que dicen los portugueses, pero aunque quiera no las veo afuera, quizás sólo en mi.

Por ahí, algún día del verano del 2008.

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